Esta es la historia de un amor que empezó durante una entrada en calor, previo al partido entre el Xeneize y Belgrano por la octava fecha de la Copa de la Liga.
Era como una comunión. Todos querían que le fuera bien. Que Dios lo bendiga, por favor. Muy pocas veces, por no decir casi nunca, por no decir -no recuerdo algo así, nunca antes-, los hinchas gritaron goles durante una entrada en calor. Fue algo extraordinario: la fe de la hinchada abrazaba al que dudaba. Y Edinson Cavani, mirando sin mirar, escuchaba…
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¡Gooollll!, bramaba el estadio, después de un centro entre conos, pecheras multicolores y marcas arriba del pasto. Sobre el césped, más gente que un recital. Y en las tribunas, un vendaval: “Aplaudan, aplaudan, no dejen de aplaudir, los goles de Cavani que ya van a venir”… ¿Vendrán?
Empezó el partido, y gol de Belgrano, y Cavani, debajo de arco, cabeceó al gol, pero la cara del arquero de Belgrano fue el escudo que frenó el deseo. Pero Cavani aplaudió, se aplaudió, en realidad, como si nada hubiera pasado. No era la misma noche. No era el mismo estado de ánimo. No era el uruguayo de ayer, ensimismado. Las flechas estaban ahí. Solo había que acertarle al arco.
Y la Bombonera empuja. Y Cristian Medina la pisa dentro del cráter del volcán. Y se estira su camiseta, y es un penal, muy claro. Y es tan pesando ese penal, que el DT Diego Martínez mira para otro lado. Todos chamuyan al Edy, y el Edy luce bien concentrado. Fuerte, esquinado, y fin de la maldición, que no era ni más ni menos que la suma de errores que hacían al lastre pesado.
Segundos, nada más, y Cavani intenta una pirueta artística. Del jugador tenso, encorvado, al Julio Bocca inclinado. Todos saben lo que está por venir. Incluso los defensores de Belgrano.
Y de repente, Lautaro Blanco lo deja de cara al arco, y Cavani es el del Nápoli, el del PSG, el de la selección uruguaya: define como si jamás hubiese fallado. Y sale la flecha rumbo la gente. Flecha que es de Cupido. Amor que devuelve el aguante. Golazo.
Ahora ya es una fiesta. Todos saben que se destrabó algo. Y Darío Benedetto la mete en el área, y un arrebato asiste a Cavani, y adentro. El séptimo goleador del mundo en actividad se va a llevar la pelota, y lo que es más importante: la certeza de volver a ser. Porque no se trataba de piernas, ni de jerarquía. Solo había que creer, y fue la gente, durante una vulgar entrada en calor, la que lo transformó en fiera, en animal del gol. Celebra la hinchada con un gentilicio. ¡Uruguayo! ¡Uruguayo!