Los conciertos de artistas ya convertidos en leyendas, más que momentos musicales son experiencias emocionales. Nadie (o casi nadie) en esa gran marea de público que observa obnubilada el escenario tiene alguna expectativa de cuánto se podrá sorprender cuando se apaguen las luces; más bien espera una vivencia: qué tanto influirá la evocación de esas canciones en sus sentimientos. Y eso fue, exactamente, lo que comenzó a vivirse apenas arrancó este sábado el primero de los dos shows que Paul McCartney programó en Buenos Aires para su gira Got Back Tour.
A las 21.20, el gran prócer vivo del rock comenzaba a transitar sin prisas ni pausas un repertorio de unas tres docenas de canciones, durante las más de dos horas y media de música que tenía por delante. En lo que pone sobre el escenario hay elementos esenciales y otros que podrían no estar, pero son, sin embargo, sus mejores aliados. No necesita colgarse un bajo al hombro derecho, pero es algo que no puede dejar de hacer. Es una extensión de su cuerpo. Para fortuna de sus huesos, sigue eligiendo el bajo eléctrico más liviano que se creó en los últimos 69 años. Ni por contrato ni por exigencias del público debe tocar y cantar durante casi tres horas, pero por alguna razón necesita pasar allí ese tiempo, de la mano de canciones que funcionan como un álbum fotográfico que comienza en su adolescencia, con alguna postal que trae de la prehistoria de su éxito, The Quarry Men. Y con toda esa nostalgia, por supuesto, que embellece los recuerdos.
En las pantallas verticales que custodiaban los extremos del escenario se vio la imagen del icónico bajo Hofner 500/1 que se desintegraba en la explosión de un big bang, segundos antes de que Sir Paul y su banda ingresaran y tomaran sus puestos. Entonces se escuchó la primera señal de lo que vendría después. Definitivamente, no se trataba de un viaje musical sino absolutamente emocional, con “Can’t Buy Me Love” que sonó potente, como un vértigo de sensaciones que hicieron estallar al público en un grito y todo se convirtió en un emotivo flashback al corazón de Los Beatles.
Luego del segundo tema, “Junior’s farm” (otro añejo, aunque no tanto, de su banda Wings), ofreció las primeras palabras al público: “Hola, Argentina, buenas noches, Buenos Aires. Oh yeah!”, fue su lacónica presentación, para no cortar el clima rockero de su poderoso comienzo.
De allí en adelante empezarían a sonar muchos temas de The Beatles, de la etapa solista de McCartney y hasta el último estreno, creado con Inteligencia Artificial, que permitió incluir una grabación de piano de John Lennon en una versión de la canción “Now and Then”.
Aunque poco se notara, Paul McCartney no es el extraterrestre que algunos suponen que es. Se trata de un hombre de carne y hueso, con 82 años y unas cuerdas vocales que hacen honor a su edad. Solo que su profesionalismo permite que el envejecimiento de su garganta se convierta en un simple dato del paso de los años. Quien lo haya visto en anteriores shows habrá notado qué significativos pueden ser los cambios de su voz en las últimas dos décadas. Y sin embargo, no ha perdido en absoluto sus señas particulares. Solo algunos trucos le bastan para distraer al paso de los años. Tenderle alguna trampa. Usar otro volumen diafragmático y un fraseo que le permite redondear notas que antes no necesitaba redondear con esfuerzo. Difícilmente se explique de otro modo el hecho de que pueda llegar, treinta canciones después, con matices y fuerza cantora, a clásicos como “Helter Skelter” que es uno de los que guardó para el tramo final del concierto.
“Estoy muy feliz de volver a verlos -había dicho al principio de su actuación-. Esta noche voy a tratar de hablar un poco de español. Un poquito. Pero obvio… inglés”, largó antes de tocar “Drive My Car”. Así fue atravesando momentos de su historia. “Escribí esta canción para mi hermosa esposa Nancy, que está aquí, esta noche, con nosotros”, dijo antes de “My Valentine”. Y también dejó algunas citas, como el “Foxy Lady” de Hendrix, que tocó luego de “Let Me Roll It”. Además, sonaron “Getting Better”, con ese extraño aire coral de los Beach Boys; el intimista “Blackbird” (con el que hizo gala de ese sabio engolamiento para darle calidez a sus cuerdas vocales añosas); “Here Today”, el que le dedicó a su “hermano” John. La misma situación para “Something”, que sirvió para recordar a George Harrison, con la candidez de una primera parte solo con el acompañamiento del ukelele.
Antes de “I’ve Just Seen a Face”, con su aire country, se dejó llevar por el embrujo del público que lo vivaba. Al gran Paul le costaba seguir. Después se sentó al piano y acompañó el coreo de cancha, desde las teclas, como preludio de “Now and Then”, esa secuela beatle que suena en vivo, por primera vez, en los shows de esta gira. La referencia a sus ex compañeros de ruta fue una recurrencia vital. Incluso en los bises, cuando apareció Lennon en las pantallas y su voz en los parlantes, sumado al final de “I’ve Got a Feeling”. “Gracias-dijo McCartney-. Es muy especial cantar con John otra vez”.
Tampoco faltaron “Let It Be”, “Love Me Do”, “Get Back”, “Hey Jude” y “Live and Let Die”, entre otra veintena. Aunque desde su primera visita a la Argentina, a principios de la década del noventa, se puedan contar con los dedos de una mano la cantidad de veces que regresó a nuestro país, hay algo de ritual en sus presentaciones. Son una especie de ceremonia con su respectivo misal. De hecho, excepto por el reemplazo de cuatro o cinco canciones, trajo la lista de temas que interpretó en su anterior visita, en marzo de 2019, en el Campo Argentino de Polo.
En la propuesta artística de McCartney no hubo gestos dogmáticos, sin embargo, la celebración es algo que atañe a sus shows, con un fuerte gesto devocional de las miles de almas que presenciaron el primero de los shows de este Got Back Tour, que programó en Buenos Aires.
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