El Gobierno llegó a las elecciones del 26 de octubre con sensaciones contradictorias. Por un lado, el alivio de haber arribado con vida a la fecha marcada en el calendario como una ocasión para plebiscitar el programa económica. Pero también, la tensión de haberlo logrado con dos salvatajes en seis meses: el del Fondo Monetario Internacional, en abril y la del Tesoro de los Estados Unidos en el mismo octubre. Ambas manos amigas suplieron el talón de Aquiles del programa económico: la incapacidad para generar reservas. Más precisamente, en los 22 meses de gestión, pudieron remontar la cuesta pero no alcanzó para volver a contar con reservas líquidas suficientes, no sólo para cumplir con los compromisos contraídos con el propio FMI, sino también con “el mercado”, que les pedía un aval mayor para dar sustentabilidad y capacidad de repago.
Punto de inflexión. Desde julio, la lucha para poder estabilizar el mercado cambiario se cobró varias víctimas. La primera fue el nivel de actividad, que ya venía desacelerándose de la recuperación mostrada desde los sótanos del primer trimestre del año pasado. Para evitar que la mayor demanda de dólares desatar la desconfianza por un rebrote inflacionario, la tasa de interés trepó hasta niveles incompatibles con la expansión del crédito que tantos réditos había dado en la resurrección del consumo de bienes durables. Por eso, el respaldo norteamericano fue vital para obtener un aval sin la necesidad de “comprar” ese volumen que demandaban las expectativas negativas que oficiaban de lastre al programa. El economista Ricardo Arriazu, uno de los que ponía a este factor en el centro de la escena, la semana previa ya avisaba que el mercado había descontado un resultado (negativo para el Gobierno) que los analistas políticos no coincidían. Fernando Marengo, economista jefe de BlackToro, Global Welf Asset Management, interpreta que
Argentina ya tenía un problema reputacional, cargando con un récord histórico de reestructuraciones de deuda con un problema inflacionario, la historia del déficit fiscal crónico que había sido revertido en poco tiempo pero todo amenazado por un Congreso que esmerilaba el superávit fiscal generó que el mercado se deshiciera de activos locales y saliera a buscar cobertura de tipo de cambio. “Al no haber confianza, se dejó de consumir y de invertir y los pesos: ¿a qué lo destino?: a demandar dólares”. Así se iniciaba el círculo vicioso: se generaba caída de actividad, caída del empleo y de los salarios reales, mejora de las cuentas externas por caída de importaciones, desmonetización de la economía, presión en el mercado de cambio, con un tipo de cambio en el techo de la banda y nuevas presiones inflacionarias y tasas reales de interés para contrarrestar.
El quiebre. Con el “descuento” ya realizado, el resultado hasta cierto punto sorpresivo, desató un rally en los mercados financieros que rápidamente deshizo el camino descendente del último mes, al menos. Desde el lunes 27, el índice S&P Merval había acumulado 43% de suba en las primeras 72 horas. El miércoles 29 hubo otra prueba de fuego: se realizó la primera licitación del Tesoro postelectoral que evidenció una baja de la tasa de fondeo del Ministerio de Economía. Vencían $11,37 billones y se tomó financiamiento por “sólo” $6,8 billones (60% del total) por lo que liberaban $4,5 billones al mercado. Esto marcó una baja de la tasa (con una nominal anual de 37,6% promedio), un “roll over” de la deuda que no convalidó tasas más altas y una mayor liquidez que coincidía con el propósito declarado del Banco Central de ir adquiriendo las reservas comprometidas. Quizás esto sostuvo al dólar que no siguió cayendo más que el primer impulso en la apertura de los mercados.
Los otros indicadores que se monitorearán más de cerca son los que conforman el triángulo del nivel de actividad, el salario real y el empleo. El índice de salarios creció 1,26% en el mes de agosto en términos reales, pero, como señala el economista Alfredo Romano, es una medición que se ve contaminada por los ingresos de los no registrados, que tiene un rezago considerable. Aun así, para el segmento registrado, crecieron un 0,54% mensual real en agosto con variaciones disímiles: privado: +0,36% y público: +0,9%.
También pesa en este cambio de expectativas la gran amenaza que tuvo el programa desde marzo: la evolución de la demanda de dinero. El economista Santiago Bulat, de la consultora Invecq y economista Jefe de IDEA, señala que según la última presentación del Banco Central, la demanda de dinero está muy deprimida, “pero si se recupera con la actividad, eso abriría la posibilidad de que el BCRA vuelva a comprar reservas emitiendo pesos sin necesidad de esterilizar los pesos”. Es decir, un cambio de signo que implica la oportunidad de convertir muy pronto un círculo vicioso en virtuoso.
Proyección al futuro. El economista Sergio Rodríguez Glowinski, director de Ingeco Argentina, destaca que la Casa Rosada ahora tiene margen para avanzar sobre lo que el oficialismo describe como “reformas de segunda generación”: modernización laboral, simplificación tributaria, desregulación sectorial y un proceso más profundo de apertura y competencia en la economía. “Son medidas menos visibles que el ajuste fiscal, pero más determinantes para impulsar inversión y productividad”, agrega. Pero a su juicio, la pregunta central ya no es si el programa económico continúa, sino si el Gobierno podrá mejorar la vida diaria sin sacrificar el orden macro que logró construir. “Argentina conoce de cerca estabilizaciones que parecían sólidas y se desarmaron cuando la política se fracturó o la paciencia social se agotó y esta vez, la apuesta del Gobierno es que la combinación de convicción, velocidad y una ventana política más amplia permita que la estabilidad se transforme en crecimiento antes de que el desgaste vuelva a imponerse”, concluye.
El cambio de escenario más por el contexto que por los elementos con que contaba al momento de las elecciones, puede ayudar a una rápida recuperación pero la lección aprendida es que el envión no es sustentable sin la corrección de situaciones de fondo. “A partir de ahora, creo que va a ser clave la gestión del Poder Ejecutivo y la negociación con la oposición más cercana a la visión de una necesidad de hacer reformas estructurales y así bajar los costos argentinos”, proyecta Marengo. Pero en el corto plazo, mira a una drástica baja del costo del capital de trabajo y comenzar a bajar la situación de los encajes, subidos de urgencia cuando la marea verde se llevaba todo. Al fin y al cabo, el factor confianza debe traducirse concretamente en un aumento de la demanda de pesos y así poner en marcha el círculo virtuoso del consumo, la inversión y la producción. Sin eso, no habrá respaldo billonario que resista ni tampoco un futuro electoral que lo avale.
