Crisis de representación del peronismo: la autocrítica invertida vs. la potencia colectiva

«¿Vas a ser candidata?», pregunta tres veces el Gato Silvestre. «Sí, ¿por qué la incredulidad?», responde ella.

Cristina Fernández de Kirchner explica su propia candidatura a legisladora bonaerense como una apuesta a apuntalar la crisis de representación política que también recae sobre el peronismo. «No es un problema de la Legislatura bonaerense… ¿alguien concibe que si al peronismo no le va bien en las elecciones provinciales, en su bastión, nos puede ir bien en las nacionales?» -explica y agrega que los malos resultados podrían irradiar en todo el país.

Aunque le echó en cara al gobernador Axel Kicillof la «estrategia electoral» del desdoblamiento, la candidata a legisladora por la tercera sección, parece estar arrimando acuerdos para una lista de unidad. Y, este martes, en la Legislatura bonaerense, ambos sectores se pusieron de acuerdo para tratar la reelección indefinida de legisladores bonaerenses, concejales municipales y consejeros escolares. La ambición de los intendentes quedó afuera en la negociación. Pero el massismo y la oposición no dieron quorum.

Cristina, que fue parte de la ingeniería política que logró desviar el descontento y la bronca de la última gran rebelión popular del país; 24 años después del estallido social del 2001, se encuentra con que aquella labor, quizás fue algo precaria. ¡En el 2001 la gente votaba en blanco, ahora ni van a votar! -se queja.

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Una nueva dislocación entre representantes y representados, se expresó en el voto a la antipolítica de la ultra-derecha en 2023. Y ahora en un ausentismo electoral sin precedentes. «Hay que reinstalar las PASO y reformar la constitución para que se vote cada cuatro años, no cada dos», propone como sutura.

Si votar diputados y senadores cada dos años, también servía al régimen para testear la legitimidad popular sobre los gobiernos en curso y probar a las demás fuerzas políticas; ahora mejor ni consultemos. Pero esconder la cabeza no siempre salva a la avestruz.

La crisis de representación es bien profunda; como lo es también la crisis económica y social producto de la entrega al FMI. Se expresa en la «huelga» de la mitad de los sufragistas y horada una parte importante de la legitimidad del sistema político, con Javier Milei a la cabeza. Porque tampoco perdona al Gobierno de la antipolítica, que en las últimas elecciones de CABA fue apoyado sólo por el 15% del padrón electoral. A la vez que empuja divisiones por luchas de poder interno en las fuerzas tradicionales y reconfigura las coaliciones.

¿Puede una crisis de representatividad, apuntalada en una crisis social, resolverse con reformas constitucionales desde arriba? Ordenando las fracturas internas de las fuerzas políticas con primarias abiertas; suprimiendo la posibilidad del voto en lo que dure el mandato de un Gobierno, o la necesidad de recambio en algunos cargos.

Una crisis de tal magnitud, para ser resuelta en favor de las mayorías, necesita de un verdadero y vital poder constituyente con formas de soberanía ejercida desde abajo. La clase de poder soberano que todo régimen capitalista basado en el sufragio popular expropia desde sus propia fundación. En la Constitución argentina la frase incluso se expresa por la negativa: «el pueblo no ejerce el poder, sino a través de sus representantes». Y los reprensentados se sienten cada vez más alejados de sus representantes.

El peronismo contribuyó en los últimos años a esta crisis social y de representatividad. Digamos sólo lo elemental: dijeron que iban a llenar la heladera, pero en su último gobierno aumentó la pobreza y la transferencia de ingresos hacia los sectores capitalistas más concentrados. Más de fondo, desde que el FMI volvió a instalarse en el ministerio de Economía -con Macri, luego Alberto y ahora aún más con Milei- la precarización, el pluriempleo y la desigualdad entre ricos y pobres viene en aumento.

El marketing de La Libertad Avanza supo interpelar el hastío de ya no saber a quién más votar para que la vida cambie, mediante la utilización de un discurso contra la casta política. Y también un descontento con la casta sindical, llamada burocracia sindical en la tradición combativa del movimiento obrero argentino.

Pero la exvicepresidenta y dos veces presidenta Cristina Fernández de Kirchner, ensaya una curiosa «autocrítica». Traslada la responsabilidad de la gestión peronista del Estado, no en los representantes, sino en los representados, en particular sobre los trabajadores y trabajadoras que sostienen el sistema público. ¿La casta era el pueblo trabajador?

Así lo explicó: «Cuando vos vas a la guardia de un hospital y no te atienden, no te dan un turno o te lo dan para dentro de 3 meses y cuando vas están en huelga. Cuando vas a un colegio y tu hija no tiene clases, porque no tenés plata para mandarla a un colegio privado y el público o está de huelga o faltó el profesor o no vino. Todo esto va generando en el ciudadano, fastidio… y mucha gente pensó que esa motosierra era para solucionar esas cosas, pero ahora muchos advierten que esa motosierra entró en su hogar» -explica Cristina.

Pero el eje de estos problemas no está en quienes sostienen con su trabajo y defienden con su lucha los sistemas públicos; sino centralmente en el desfinanciamiento presupuestario que definen los gobiernos y votan los parlamentarios.

Por su parte, el gobernador Axel Kicillof es quien en los hechos administra el ajuste presupuestario en la salud y la educación públicas de la provincia de Buenos Aires, acompañado por intendentes y legisladores. A la vez que ataca el derecho a huelga con descuentos disciplinadores.

Juan Grabois se viene expresando similar a CFK. Con el periodista Luis Novaresio dijo que «en el Estado hay cosas que funcionan muy mal dentro de la salud y la educación» y que «hay que tener un sentido de autocrítica de que se perdió el compromiso comunitario. Además del desfinanciamiento, además de la responsabilidad de los estados provinciales». Esto último lo sumó después de ser fuertemente criticado cuando en otra entrevista dijo «Si no vas todos los días, cumplís el horario entero y te rompés el orto, al paredón. Porque, si no, sos un traidor a la patria y sos peor que Milei”. Se reubicó.

Esta inversión total del problema, esconde la responsabilidad concreta de todos los gobiernos que se sucedieron -al menos desde la dictadura militar- y la del peronismo contemporáneo en particular. O ¿a caso son los profesionales de la Salud los que gestionan los hospitales? O ¿son los docentes y las familias quienes definen los destinos de la educación? No, el pueblo no gobierna, sino a través de sus representantes.

Sin mediar ninguna autocrítica, CFK reafirmó la estrategia ganadora con la que subió al poder Alberto Fernández. Y Grabois dijo que, aunque «el gobierno fue muy malo, yo lo milité, pedí el voto y no me arrepiento».

Pero además, invierten el problema de la estrategia para revertirlo. Que no puede ser otra que una salida colectiva. Con la organización democrática desde abajo y con la lucha coordinada, para unir volúmenes de fuerzas sociales que permitan una salida favorable para las mayorías. En las calles, desde las asambleas, con el paro y la huelga general política.

Desde diversos flancos del peronismo que, aunque se una en elecciones está fracturado, opera a diario otro tipo unidad, una que intenta evitar que sea el pueblo trabajador y los movimientos sociales y culturales los que pongan freno de mano al ajuste de Javier Milei y el FMI. Es una unidad que busca salvar más al régimen que al colectivo social. Está apuntalada en el «pacto de tregua» que sostienen las direcciones sindicales y distintos «pactos de gobernabilidad» desde el poder político.

Es verdad que hay formas comunitarias en los sistemas públicos y se expresan hoy con fuerza en las resistencias al ajuste y al vaciamiento. En la defensa del acceso a derechos fundamentales de la democracia argentina. Pero esto es a pesar de los sistemáticos desfinanciamientos, de la precarización laboral y de los órdenes meritocráticos y burocráticos con los que se manejan las instituciones.

Seguramente, si fueran los trabajadores y trabajadoras del Garragah y las familias y pacientes que luchan contra el cáncer quienes deciden los presupuestos; no estarían al borde del colapso. O si fueran los miles de docentes, las cientos de miles de familias y también les estudiantes, los que tuvieran el poder de definir lo que pasa con la educación. Si, por ejemplo, pudieramos elegir directamente a dónde van los recursos y esfuerzos: si para la ciencia, la cultura, la vivienda, la salud, o si van para el FMI y los grandes grupos económicos. Ese poder existe en potencia.

Lo comunitario no puede susbsistir si se restringe a una vocación de servicio, bajo estas condiciones brutales, como plantea el mito del discípulo de Francisco. Lo realmente comunitario se fortalece en los procesos de lucha, en la auto-organización de los trabajadores y trabajadoras, en la solidaridad activa con la que se une, combate y crea el pueblo.

Lo realmente comunitario es el reverso de la distopía en la que vivimos. Por eso, la esperanza está en la creciente solidaridad y la unidad de los distintos sectores que salen a luchar: salud, educación, ciencia, artistas, personas con discapacidad, metalúrgicos, trabajadores de las energéticas, del neumático, de la industria láctea, movimiento de mujeres y LGBTIQ+; con los inclaudicables jubilados y jubiladas.

Hoy toca esa inmensa tarea estratégica, la de la unidad de las filas obreras y las mayorías populares, para derrotar al gobierno de la ultra-derecha y todo el pacto de ajuste y entrega con el Fondo Monetario.

Para la Izquierda, es posible un nueva estatalidad comunitaria. A través de la fuerza creativa que desata la lucha revolucionaria del pueblo trabajador. Con una República obrero y popular, de sobernía auto-organizada para las mayorías, que busque las vías para conquistar un socialismo desde abajo, en ruptura con el capitalismo.

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