Infertilidad: la herida invisible que aún cuesta mirar

Escribir estas palabras fue más complejo de lo que imaginé. Aunque conozco este camino personal y profesionalmente, aún hay rincones del corazón y marcas en el cuerpo que son testigos de lo que implica transitar la infertilidad.

Es crucial visibilizar una realidad silenciada. La infertilidad afecta al 17,5% de los adultos en el mundo, según datos de la Organización Mundial de la Salud (2023); es decir, a 1 de cada 6 personas. No es solo un diagnóstico médico: es una experiencia emocional, vincular, identitaria y social. Es una herida sin cuerpo ni ritual, sin tiempos protegidos ni validación colectiva.

Mujeres y varones viven este camino con angustia, ansiedad, culpa, baja autoestima, en una montaña rusa de tratamientos, frustración y pérdidas. Pocos saben que implica elaborar un duelo por el hijo que no llega, y lo viven en soledad. No hay rituales, pero sí nombres imaginados, habitaciones pensadas, vidas proyectadas. Y todo eso que no fue, es un dolor que no encuentra lugar.

Frente a esto, deberíamos interpelarnos como sociedad. ¿Cómo es posible que aún no contemos con un modelo de atención integral centrado en la persona? En la consulta, los pacientes relatan que se sienten obligados a gestionar solos los recursos y redes de contención, frente a una experiencia que desestructura sus vínculos, identidad y proyecto vital.

El impacto social también duele. Muchas personas comienzan a evitar reuniones, eventos con niños o conversaciones donde la ma/paternidad aparece como algo natural. El mundo responde con silencio, incomodidad o consejos no solicitados que sólo generan más dolor. Este aislamiento, muchas veces involuntario, profundiza el desajuste emocional y aumenta el riesgo de trastornos de ansiedad y depresión.

El apoyo de amigos y familiares puede ser una fuente crucial de fortaleza, pero es importante que este apoyo sea informado y empático. La educación y la sensibilización sobre la infertilidad en el entorno cercano pueden ayudar a reducir el aislamiento.

Entonces, ¿por qué seguimos tratando la infertilidad sólo como un problema médico? ¿Dónde están los espacios para hablar del duelo, de la ansiedad que consume, del aislamiento social, del agotamiento emocional, físico y económico?

El cambio por el que atravesamos es ineludible. Nos asumimos fértiles, porque está instalado en las personas asumir la salud antes que la enfermedad, ya que esta última viene a irrumpir nuestra vida, como un fuerte sacudón que no esperábamos y nos obliga a repensarnos, reestructurarnos, redefinirnos. Como profesional, elijo construir espacios de validación y acompañamiento.

Necesitamos un cambio profundo: pasar de una lógica centrada en la eficacia reproductiva a una clínica del cuidado. No todo se resuelve con hormonas.

La infertilidad nos interpela como profesionales, instituciones y cultura. Es hora de dejar de mirar para otro lado, y mirarnos a los ojos. Muchas veces, lo que alivia es la palabra, la escucha sostenida, el reconocimiento del dolor. Porque, aunque el hijo deseado no siempre llega, sí puede llegar la contención, la compañía y el alivio de no sentirse solos.

Psicoterapeuta especializada en trabajo con trastornos de ansiedad, fertilidad y proyecto vital. Docente del Instituto de Ciencias para la Familia de la Universidad Austral


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