Aunque muchas familias mantienen el mismo ritual año tras año, no hay un único modo de celebrar ni de definir las fiestas. La Navidad suele ser una reunión más familiar y el Año Nuevo, en ocasiones, congrega a grupos de amigos. Pero todo, por supuesto, es relativo. El psicólogo y especialista en Ciencias Sociales Ezequiel Olivero explica que existen tantos significados de “las fiestas” como personas, ya que cada quien le otorga un sentido.
De cualquier modo, considera que es un momento que puede responder a un “ideal” de encuentro. Algunos lo viven de esa manera. “Significa el encuentro con los seres queridos, un momento de festejo, de compartir, de vivenciar las creencias, de disfrutar de los afectos”, enumera. No obstante, para otros puede ser un momento no grato, ya que la realidad suele interpelar en diferentes sentidos.
Por un lado, puede hacerse presente la ausencia de vínculos significativos por separaciones, muertes, migración u otros motivos y emerger el sentimiento de soledad. Por otro, es un momento donde se hace un balance del año y pueden aparecer proyectos frustrados. Ocurre también que las fiestas implican gastos que no se pueden afrontar o uno se ve obligado a compartir una celebración con personas que despiertan dolores del pasado.
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“Las fiestas nos interpelan porque significan esa vuelta a la familia, ya no como quienes éramos sino como quienes somos ahora. Pero en esos reencuentros se resignifican los vínculos que ya estaban cristalizados con determinadas lógicas”, detalla Olivero. Y sigue: “Se ponen en tensiones los lugares que uno ocupaba en la familia (el vago, el chistoso, el dormilón, entre otros tantos), los ideales, los modos de pensar, las creencias, los sentimientos. Se empiezan a manifestar las diferencias con aquellos seres más cercanos”.
El psicólogo agrega que esas juntadas, a su vez, ponen en tensión conflictos, disputas que no han sido resueltas o abordadas en sus inicios. Los enojos con algún tío, la desilusión de una prima o los celos con algún hermano. “Considero que las fiestas también pueden ser una oportunidad para detenernos del ritmo de vida que llevamos, de las distancias y tensiones que están vigentes. Frenar para redescubrir al otro y compartir genuinamente desde lo que nos une”, subraya Olivero. Esto implica -añade- el desafío de tolerar al otro tal cuál es y no como quisiéramos que sea.
El diálogo es una herramienta esencial para achicar esas distancias, aceptar que el otro es diferente, piensa y siente distinto. “En los tiempos finales de nuestra vida, lo único que nos llevamos son los afectos, los vínculos y las experiencias. Y aunque nos cueste admitirlo, si nos enoja o duele, puede significar que ese vínculo tal vez nos importe”, dice Olivero. Concluye: “Si bien es complejo, cuando las posibilidades de construir y dialogar están dadas, ¿por qué privarnos de la oportunidad de encontrarnos con ese otro a quien queremos y de quien queremos ser queridos?”