Cuando parece que la gestión del Gobierno bordea el abismo, un cambio de timón salva a la administración mileísta: toda una novedad en la lógica política. En los primeros diez meses, el presidente Javier Milei no deja de crear sus propias tormentas, a veces calculadas y a veces autoinflingidas. El Gobierno pierde imagen positiva, es cierto, pero surfea crisis que dejaron malheridos a otros presidentes. Ahí está Mauricio Macri como parámetro: el veto jubilatorio de Milei fue una escalada inédita en el nivel de vacas sagradas sacrificadas en el altar mileísta.
Sin embargo, no tuvo la gravedad que alcanzó el tema previsional en diciembre de 2017, en plena presidencia de Macri, que creó una crisis política extrema, con su manifestación brutal en la calle, con arquetipo y todo: “el Gordo del mortero”.
Y también está el ejemplo de Ricardo López Murphy para contrastar su ajuste de 2001 y sus efectos políticos terminales, con su salida del Ministerio de Economía a solo quince días de asumir, con el ajustazo histórico de Milei y su ministro Luis “Toto” Caputo ungido como “héroe” por el Presidente.
Contra todos los pronósticos, el líder de La Libertad Avanza viene rearmando como piloto de tormentas el instrumental de vuelo para navegar la crisis económica y social argentina que le toca gobernar. Primero, una alianza con Pro que se dobla hasta lo imposible, pero no se rompe, hasta ahora. El fin de semana todo pareció indicar un quiebre entre Milei y Macri en el tema ratificación del veto a la ley de financiamiento universitario, que finalmente no se dio.
En la presidencia de Cambiemos, la lógica universitaria fue un problema. Ese desconcierto de un macrismo al que le quedaba lejos el clima de los claustros universitarios quedó sintetizado en diciembre de 2015 cuando el ministro de Educación de entonces, Esteban Bullrich, intentó nombrar al productor de televisión Juan Cruz Ávila, con poco asiduidad a las rutinas de la universidad pública, como secretario de Políticas Universitarias: terminó renunciando antes de asumir.
Con los años, Pro y el macrismo desarrollaron mejores instintos en esos temas. Por eso el veto los puso entre la espada y la pared. Finalmente, Pro desdijo todas las especulaciones del fin de semana y en un comunicado oficial anunció su voto ratificatorio del veto presidencial.
Cada día que pasa, Pro institucionaliza cada vez más el rol en el que lo arrincona la lógica mileísta: se convirtió en el “jamoncito del medio”, en el lenguaje de Victoria Villarruel, entre Milei y Cristina Kirchner. ¿Desapareció el centro en la Argentina? No tanto: el Pro de Macri quedó desplazado a ese centro. Aunque sostiene una racionalidad macro ortodoxa en lo económico, como Milei, es lo más centro que hay hoy.
En el tono, en principio: el comunicado divulgado ayer es una muestra clara. Le reclama al Gobierno “una paritaria que traiga tranquilidad a alumnos y docentes”. Todo el fraseo del comunicado está en las antípodas de la verba salvaje de Milei. En cambio, elige un tono de adulto responsable para traducir la retórica de adolescente indómito de Milei y evita la lógica facciosa. Lo hace de dos formas.
Por un lado, da su apoyo, pero con cuestionamientos y poniendo límites al Gobierno que se esfuerzan por ser constructivos. Por el otro, cuestiona para destacar lo que lo diferencia de Milei.
La primera línea del comunicado es central: “El Pro siempre ha defendido la bandera de la educación pública”. La agrupación de Macri sabe los riesgos que corre vetando una ley que la comunidad universitaria apoya: la enunciación de sus principios programáticos es un intento de no desaparecer tras la lógica de confrontación libertaria con la educación pública.
También destaca la “gestión profesional y eficiente” que el gobierno no tuvo y de la que el macrismo se enorgullece: “Para el Pro, la gestión importa”, dice el comunicado. Y, finalmente, plantea el fundamento del apoyo al veto: la coherencia con el apoyo ya dado y con “la necesidad de sostener el equilibrio fiscal”.
Con esa decisión, Macri busca tomar distancia de la tibieza que se le atribuyó en su gestión presidencial a la hora de concretar su propia visión de país, especialmente la económica. “Tibio” es una imputación que viene, en parte, desde la esquina libertaria.
Pro arriesga perder el favor de parte de sus votantes en el presente. Macri está mirando el futuro: si la economía finalmente toma vuelo, la ciudadanía va a acompañar y olvidar. Ahí renace una oportunidad de recuperar protagonismo.
Segundo, entre el instrumental de tormenta que maneja Milei, está la falta total de pudor con la que asume el veto como mecanismo de gestión para fundar la Argentina en la que cree: la decisión de apelar a cuanto recurso legal aporte el sistema democrático, hasta tensarlo en extremo. Hasta el punto de recurrir a la vía judicial en caso de que el Congreso logre sostener la ley de financiamiento universitario. El ministro Caputo lo anunció el domingo: el argumento es que esa norma vulnera la ley de administración financiera, que exige determinar la fuente de financiación de todo nuevo gasto. El ejercicio del poder por todos los medios válidos.
Son lecciones del modelo Bukele, pero también del modelo Macri 2015. En Bukele, ve el espejo de su dificultad para aprobar leyes y un camino posible para sortear ese obstáculo: el veto recurrente. En sus dos primeros años de gobierno, Bukele firmó 65 vetos. El modelo Macri 2015 se focaliza en la estrategia de “creatividad legal” para nombrar a dos jueces de la Corte Suprema, Carlos Ronsenkranzt y Horacio Rosatti, primero en comisión, y evitar las trabas que podía poner la oposición en el Congreso. Esa astucia política legal generó una fuerte polémica en diciembre de 2015. Finalmente, fueron nombrados a través del acuerdo legislativo.
Tercero, la pedagogía de Estado que ejerce en cada oportunidad que le da la batalla cultural: Milei y sus más cercanos están convencidos de que así fue cómo se convirtió en la alternativa política argentina. Si pudo convencer a la ciudadanía de la necesidad del ajustazo total y las bondades de la emisión y el déficit cero, también puede hacerlo en otros terrenos, creen. Eso, en realidad, no está tan claro: Milei es más creíble en su visión de la macro que en asuntos ajenos a la economía, como la administración de la educación y la salud.
Cuando lleva la lógica macro a la gestión de la salud, sin traducción alguna que atienda a la especificidad de esas otras esferas, encuentra límites. Se los pone la reacción de la ciudadanía o de los sectores afectados, que el mismo Gobierno agita y cohesiona.
El viernes pasado se dio un ejemplo claro. Con la asunción del nuevo ministro de Salud, Mario Lugones, llegaron versiones firmes de cierre del Hospital Laura Bonaparte. Este lunes, tres días después, el “cierre” se convirtió en “reestructuración”, según explicó el ministerio.
Con el reclamo universitario, lo mismo: el Gobierno manejó el tema como subtema de su batalla de racionalidad financiera, sin atender las derivaciones sociológicas. Como remedio, Milei saca del manual de vuelo en tormenta otra vez el veto y la puja para ratificación. El miércoles se sabrá si funciona o no. Por ahora, ya tiene el apoyo de Pro.
Pero no todo es color de rosa. En la Argentina, hay un mercado que, como todos, funciona de manera imperfecta, pero funciona: es el mercado de la política. En las últimas semanas, especialmente con el tema jubilaciones y Aerolíneas Argentinas, Milei logró la apertura del mercado político, cuya demanda no encontraba ninguna oferta en la góndola política, más allá de Milei.
Provisión de oxígeno
A Cristina Kirchner y a Axel Kicillof les dio oxígeno. Y también los obliga a reciclarse: con ese reciclado, el kirchnerismo recupera algo de fuerza. Desde México, adonde viajó para asistir a la asunción presidencial de Claudia Sheinbaum, Kicillof elogió al Perón ortodoxo de 1951 y a la búsqueda de productividad.
Las lecciones de Milei están convirtiéndose en naturaleza. Si alguna chance tiene el kirchnerismo -o el peronismo- de salir de su crisis estructural es renovando sus ideas: aceptar el camino de los países más prósperos de la región y que la macro ordenadas y la ortodoxia fiscal es la condición necesaria para la mejora económica. Sin mejora de la economía, no se ganan elecciones, o sí, pero no se sostiene el poder.
Cristina Kirchner publicó el lunes una nueva carta. Cinco páginas para aceptar presidir el Partido Justicialista. Culpó al macrismo de proscripción durante la presidencia de Cambiemos. Llamó a Milei “showman economista en la Casa Rosada”, transformado en “espectáculo de mala calidad”.
Y se hizo una pregunta pertinente para el kirchnerismo y el peronismo: ¿cómo es que el peronismo dejó de ganar elecciones y sufrió derrotas históricas en manos de un Macri o un Milei?
Su objetivo es enderezar y ordenar a un peronismo que se “desordenó” y se “torció”. La radicalidad de Milei es un incentivo para iniciar ese camino.
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