“¿Entonces? Se aprueba todo, ¿no?”, preguntó Claudio “Chiqui” Tapia, presidente de la AFA, responsable de la selección que gana todo y de una Liga Profesional que se devalúa año a año. Lo escucharon sus pares del comité ejecutivo, en una de las salas del petit hôtel de la calle Viamonte que pronto será vendido. Como tantas veces con Julio Humberto Grondona al mando, se hizo silencio. Nadie objetó nada. Ni una sola cifra del balance del último ejercicio económico, que ratificaron sin debate. Cerca del “Comandante” -como llaman al líder- dicen que de eso se trata la unidad del fútbol argentino. Si se levanta la mano es siempre para apoyar; nunca para objetar. Mucho menos, para votar en contra. El disenso –el de Juan Sebastián Verón; el de Andrés Fassi, presidente de Talleres, de Córdoba– está mal visto.
Tal vez por eso el propio Tapia estuvo presente en la elección de asambleístas de la Primera Nacional. Y siguió de cerca las de las otras categorías del ascenso, el núcleo duro de su poder. La Liga Profesional -léanse, los clubes de primera- no se van a perdonar nunca haber cambiado el estatuto y permitir que el ascenso y los grupos de interés, juntos, les impongan un presidente. Los clubes más convocantes del país no pueden decir ni una palabra: pierden la votación. Pero eso no ocurrirá el 17 de octubre. El Día de la Lealtad Peronista podría ser rebautizado como el Día de la Lealtad Tapista. Porque muchos de los dirigentes que iniciaron la gestión junto al sanjuanino, allá por marzo de 2017, volverán a abrazarlo tras ungirlo otra vez como máxima autoridad del fútbol argentino hasta octubre de 2028. Hasta acá, siete años, dos Copas América, una Finalissima y un Mundial con la selección mayor, su criatura preferida. La asamblea que lo (re)elegirá también será responsable de cambiar -otra vez- las reglas del juego de un torneo mientras se está jugando. Será la séptima ocasión en siete años. A un ritmo de una cada doce meses. La estadística que muchos desearían esconder.
Al igual que en la reunión del martes en Viamonte, el 17 tampoco habrá pulgares hacia abajo. Los dos “opositores” aún no definieron qué harán. “Todavía no hablamos en la comisión directiva, pero lo vamos a decidir entre nosotros. Lo resolvemos en dos minutos”, contaron desde Estudiantes de La Plata, el club donde Verón es palabra santa y cuyo asambleísta es Martín Gorostegui. Una posibilidad es que el Pincha diga presente y se abstenga de votar.
El otro club que no comulga con Tapia es mucho más beligerante. Se trata de Talleres de Córdoba. Su máximo dirigente, Andrés Fassi, acudió a la Casa Rosada -donde trabaja el presidente Javier Milei, enemigo número 1 del presidente de la AFA- para buscar apoyo político en su cruzada contra “la casta del fútbol”, como llamó el líder de La Libertad Avanza a los actuales gestores del fútbol. El cordobés obtuvo lo que fue a buscar. Hubo foto y camiseta de arquero para el Presidente de la Nación. Hubo, también, una certeza: si la T accionaba en la Inspección General de Justicia (IGJ) en contra de la Asamblea -o sea, de Tapia-, el gobierno apoyaría. La T cumplió días más tarde, con un reclamo para suspender el acto por entender que no están dadas las condiciones para revalidar el mandato de Tapia. La AFA contestará este lunes. Y luego deberá decidir Daniel Roque Vítolo, el abogado que preside el órgano de contralor. Que a la vez depende de Mariano Cúneo Libarona, el ministro de Justicia. Que integra el Poder Ejecutivo. Que es Milei.
¿Por qué sólo Talleres y Estudiantes se atreven a esbozar un discurso distinto? Primer detalle: ambas instituciones tienen sus economías en verde. Acumulan nueve balances consecutivos con superávit -el último de la T entregó una utilidad de $3.222 millones, por ejemplo- y este mes aprobarán el décimo ejercicio con beneficios netos. Eso les permite ser económicamente independientes de la casa madre. La AFA funcionó durante muchos años -y todavía lo hace- como si fuera el Fondo Monetario Internacional de los clubes. Prestó dinero a intereses irrisorios o nulos, pero se cobró en especias: los dirigentes de esos clubes deudores estaban obligados a votar a favor. De todo.
Las economías maltrechas de San Lorenzo e Independiente explican, en parte, por qué ni el Ciclón ni los Rojos se oponen a la conducción actual de la AFA. Es más, Carlos Montaña, histórico dirigente de los de Avellaneda, estará en el próximo comité ejecutivo, si es que la Asamblea del 17 no se suspende como quiere Talleres. Quedan, entonces, tres de los equipos grandes: Boca, River y… Racing. Los tres tienen saldos positivos en sus economías y contratan jugadores en cifras millonarias. Ninguno levanta la voz para criticar, más allá de alguna entrevista de Jorge Brito, presidente millonario, en la que se mostró en contra de los torneos XL. “Solos no se puede”, dicen por lo bajo en las oficinas del Monumental. Y agregan: “Nosotros ya hicimos el planteo público: nos gustan los torneos de 20 equipos y no estamos de acuerdo con lo que se va a votar el 17″.
¿Y Boca? “Cuando asumió Jorge Amor Ameal en 2019, su idea era que Riquelme fuera el representante del club en la AFA. Román, hoy presidente, le respondió que esa rosca no le interesaba. El designado, entonces, fue Ricardo Rosica, secretario general del club. Durante la gestión anterior, Boca no le dio demasiada importancia a la AFA: Rosica terminó yendo mucho más a la Liga Profesional que a la AFA. Y así se mantuvo durante largo tiempo”, relatan desde la Bombonera. La historia continuó: “Durante ese lapso en el que Ameal era presidente y Román estaba en fútbol, la selección jugó algunos partidos en la Bombonera. El presidente jamás fue a recibir al máximo dirigente del fútbol argentino. Y Riquelme alguna que otra vez se lo cruzó y lo saludó, pero sin demostraciones de afecto. La relación era fría”, sostienen.
Hubo un tercero que contribuyó para que Román -antes vicepresidente, hoy máximo directivo xeneize- se acercara a Tapia. Se llama Alejandro Domínguez, es paraguayo y dirige la Confederación Sudamericana de Fútbol (Conmebol). “Riquelme fue varias veces a Asunción, compartió varias actividades con Domínguez y entendió que políticamente le servía acercarse a esos espacios de poder como la Conmebol o la AFA”. Luego, más acá en el tiempo, llegó el elogio público a la gestión Tapia en el programa “El loco y el cuerdo”, de Flavio Azzaro y Andrés Ducatenzeiler. “Creo que Tapia y Grondona son los dos dirigentes más grandes de la historia del fútbol argentino”, dijo Riquelme. El idilio con Tapia pasó entonces de las palabras a los hechos: el presidente de la AFA lo confirmó como vicepresidente primero en la lista que será proclamada el próximo 17. Román, entonces, quedará en el primer lugar de la línea sucesoria. De todas maneras, la cercanía es más política que deportiva: por lo bajo, y según quienes lo frecuentan, el presidente de Boca prefiere un torneo de 20 equipos y no de 30. “Tampoco es que ahora Román se va a volver un chupamedias de Tapia ni mucho menos. La AFA le resbala, más allá de que votará siempre a favor de la actual gestión”, insisten. Quienes busquen opositores a Tapia, entonces, deberán apuntar para otro lado.
Siete en siete años
Las modificaciones reglamentarias a los torneos en disputa pasaron de ser un vicio criticado a un hábito característico de la actual administración de la AFA. Empezó a fines de 2018, y cuando la gestión Tapia se encaminaba hacia su segundo cumpleaños. De un plumazo, en las oficinas de la calle Viamonte se decidió que subieran cinco equipos de la B Metropolitana -tercera categoría- a la Primera Nacional. Barracas Central, el club de los Tapia, ya despuntaba como uno de los mejores de aquel torneo y tenía grandes chances de subir, algo que finalmente ocurrió. Lo curioso es que el cambio intempestivo -y su preferencia por los clubes metropolitanos en desmedro del Torneo Federal, por ejemplo- le valió a Tapia una dolorosa carta documento: la firmó Pablo Moyano, quien por entonces era su cuñado (”Chiqui” aún estaba casado con Paola Moyano, hija de Hugo y hermana de Pablo).
Pablo era el presidente del Club Camioneros, que entonces militaba en el Torneo Federal, y que tenía apenas dos ascensos a la Primera Nacional. “Es evidente el conflicto de intereses para el presidente ejecutivo, quien ha decidido ratificar la cantidad de ascensos para nuestra categoría, beneficiando notoriamente a la categoría donde compite el equipo del que es presidente”. La carta concluye con el reclamo para que el Torneo Federal A y la B Metropolitana tengan ambos la misma cantidad de ascensos. Fue el primero de varios dislates de escritorio en plena competencia. Barracas Central, por supuesto, ascendió ese año a la segunda categoría.
De fines de 2018 viajamos a 2022. En ese año, la AFA rubricó un contrato por cuatro años con Abu Dhabi (Emiratos Árabes): allí se disputaría la Supercopa Argentina, trofeo que dirimen el campeón de la Liga Profesional y de la Copa Argentina de una misma temporada. Pero pasaron cosas: Patronato de Paraná ganó la Copa Argentina y hubo que recalcular para evitar el enojo de los árabes, que probablemente ni supieran de la existencia del equipo entrerriano. Apareció entonces la llamada Supercopa Internacional, un trofeo ad-hoc creado para cumplir con el contrato ya firmado (y recaudar, claro). Lo jugarian el ganador del Trofeo de Campeones y el que más puntos hubiera sumado en la temporada. Su primera edición se jugó el 20 de enero de 2023 en Abu-Dhabi y Racing se la ganó a Boca. La AFA había promulgado su reglamento menos de un mes antes, el 28 de diciembre. El Día de los Inocentes.
La cultura de los escritorios continuó. En junio del año pasado, los clubes comprometidos con el descenso ejercieron su poder de lobby para evitarlo. El 22 de junio, así como el próximo 17 de octubre, una Asamblea Extraordinaria de la AFA con Tapia a la cabeza promulgó la cancelación de uno de los dos descensos por promedios previstos en el reglamento. Así, sólo bajaron dos equipos: uno por tabla general (Colón de Santa Fe, tras perder en un desempate con Gimnasia de La Plata) y otro por promedios (Arsenal de Sarandí). Meses más tarde, la Primera Nacional también sufrió un cambio sobre la marcha: a tres días de un desempate entre Almagro y San Telmo, cuyo perdedor se enfrentaría con Tristán Suárez para dirimir un descenso a la B Metropolitana, la AFA suspendió esa instancia de promoción. Y en lugar de tres descensos apenas se efectivizaron dos. ¿La razón? La Primera Nacional tenía 37 equipos y procuraban que hubiese una cantidad par, para evitar que alguno quedara libre todos los fines de semana.
El año pasado fue prolífico en ascensos, que fueron empujados por la creación del nuevo Promocional Amateur (reemplazante de la vieja Primera D). El 13 de diciembre, y con el torneo de la C ya concluido, la AFA decidió que Liniers y Sportivo Italiano subieran a la primera B. Otra vez, la razón era la cantidad de equipos estipulada por reglamento: debían ser 22.
En febrero de este año, el penúltimo cambio. A horas de jugarse las cuatro finales del Torneo Federal Regional Amateur, que pertenece al Torneo Federal (y que preside Toviggino), los cuatro ascensos por reglamento pasaron a ser cinco. Además de los cuatro ganadores, también subió a la instancia superior el vencedor de un cuadrangular entre los cuatro perdedores de aquellas finales. Y así se llegó hasta este octubre, y este torneo de 30 equipos que será una realidad desde enero.
Una publicación de Revisionismo Fútbol (@rhdelfutbol en X) aportó más contexto: “La Liga Profesional es la única de las 60 ligas Top de la FIFA que tiene más de 20 clubes en primera. Y en la clasificación de la IFHHS (Federación Internacional de Historia y Estadísticas del Fútbol, en inglés), pasó del cuarto puesto al noveno desde que aumentó la cantidad de equipos”. Quizás, haya que buscar por otro lado la explicación. En una frase escuchada, muy por lo bajo, en 2023. Y que se repitió en 2024: “Es un mamarracho y un papelón cambiar el reglamento a mitad de torneo. Pero… ¿qué querés que haga? Si no lo voto, me voy al descenso”. Y nadie, claro, quiere descender.
Conforme a los criterios de