Estudiar pijos, una aventura española

NUEVA YORK.– Durante la década en que esta cronista vivió en Madrid, el marido viajaba mucho, no habían nacido aún los niños, y había tiempo para todo, así que se la pasó buscando pijas. Claro, trabajaba para la edición española de Vanity Fair, y las chicas con una estética burguesa y estilo de vida privilegiado así llamadas eran una parte importante tanto de los reportajes como de la audiencia.

Fue fabuloso. Se llegaba bien preparada después de una infancia porteña en las que las “chetas” (o “conchetas” entonces) no eran desconocidas, seguida de una vida adulta entre Manhattan y Southampton que había permitido ver de cerca a las “ladies who lunch”, como se llama aquí a las señoras pudientes que tienen tiempo para almorzar entre actividades de ocio y de beneficencia, retratadas en series como Gossip Girl.

Esto era distinto. Pero, ¿qué era exactamente? La respuesta es mucho más compleja –y fascinante–de lo que parece, y una antigua compañera de la revista se propuso investigarlo. El resultado es Quiero y no puedo: una historia de los pijos de España, un libro casi de antropología social que se lee… bueno, como alguna de las irresistibles crónicas que su autora, Raquel Peláez, escribía en “el Vanity”, y luego en el suplemento de moda y estilo de vida de El País donde ahora es subeditora.

«Uno de los films favoritos de esta cronista al llegar a España en 2004 fue El asombroso mundo de Borjamari y Pocholo, en el cual dos pijos que no logran superar las costumbres de los 80 debatían entre ellos todo el tiempo quién ganaría en un duelo entre el cocodrilo de Lacoste y el caballo de Ralph Lauren de su ropa»

Raquel naturalmente investiga a ambos sexos (aunque “pijos” suena mucho menos interesante –sonrisitas, sonrisitas– para los oídos argentinos que el femenino del termino), y lo que encuentra es que la calificación “pijo” solía ser despectiva cuando se empezó a usar en España en los 80.

“Era un contexto en el que los españoles, tras la dictadura, estaban hartos del clasismo y las ventajas sistemáticas de las que gozaban las élites –explica–. Sin embargo, con el paso de las décadas, eso ha ido cambiando mucho y cada vez hay más gente que se arroga el adjetivo con orgullo”.

Algunos de los elementos típicos del vestir de los pijos, que muchas veces hoy se mantienen, son los pantalones khaki pinzados y ligeramente chupines, las polos, la campera Barbour, el sweater en los hombros, los mocasines Guido (para ellos y ellas, importados de Buenos Aires), el pañuelo Hermès al cuello o anudado en la cartera, incluso las familias vestidas con todos los miembros en composé. Fueron objeto de burla. Uno de los films favoritos de esta cronista al llegar a España en 2004 fue El asombroso mundo de Borjamari y Pocholo, en el cual dos pijos que no logran superar las costumbres de los 80 debatían entre ellos todo el tiempo quién ganaría en un duelo entre el cocodrilo de Lacoste y el caballo de Ralph Lauren de su ropa –y al final esto ocurre en la fantasía lisérgica más irónicamente de “gente bien” imaginable–.

«Raquel subraya que hoy el tema de las apariencias y el coqueteo con el universo simbólico de las clases altas, lejos de estar demodé, está más vigente que nunca. Y cree que el boom global que tuvo el look “old money”»

Sin embargo, Raquel subraya que hoy el tema de las apariencias y el coqueteo con el universo simbólico de las clases altas, lejos de estar demodé, está más vigente que nunca. Y cree que el boom global que tuvo el look “old money”, dentro del cual se podría inscribir el del pijo, no es algo que haya ocurrido por casualidad. “Está muy relacionado con el marco de las principales economías del mundo que imponen una especie de sálvese quien pueda –sostiene–. La idea de hacer ver a los demás que uno está protegido por un escudo de dinero se ha convertido en un tipo de mecanismo de supervivencia”.

Y en esa supervivencia, ¿qué hay del término en sí? “La palabra pijo, como pija, inicialmente significó pene y fue deslizándose hacia el campo semántico de la tontería, de la nadería. Sin embargo, y esto es irónico, es verdad que todo lo “pijo” suele ser bastante conservador, ergo patriarcal, ergo masculino”, reconoció.

Pechito argentino. Esta cronista está a punto de volver a Madrid, pero gracias al libro esta vez con la certeza de que algo de razón tenía al ligeramente sonrojarse cuando le preguntaban a quiénes retrataba en su vida profesional allí.

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Tipo de trabajo: opinión

Basada en la interpretación y juicio de hechos y datos realizados por el autor.

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