Carta a legisladores dubitativos

Queridos legisladores, durante la próxima semana tendrán que definir más que un voto: decidirán también mi posible destino y el de muchos como yo.

La idea de escribirles nació cuando, durante una cena, papá dijo muy serio: “Andá pensando qué vas a hacer: trabajar o estudiar; porque en esta casa, vagos no…”.

Justamente yo estaba pensando en mi futuro –que incluye la posibilidad de estudiar– y se sumó mamá diciendo: “… pero las universidades están en peligro”.

“No hay plata”, dijo de repente mi abuelo, que se olvida de las cosas pero repite frases.

Decidí ponerme a investigar.

¿Sabían que el Collegium Maximum fue el primer lugar de “estudios superiores” creado en Córdoba (y único en la región por más de dos siglos)?

Al comienzo era sólo para varones; los primeros alumnos eran apenas 50, entre 30 asistentes al convictorio y 20 “externos”. (Hoy asisten a la Universidad Nacional de Córdoba 170 mil estudiantes; no todos terminan una carrera, pero tuvieron la posibilidad y crecieron a su modo).

Eso sí, en el siglo XVII el acceso se limitaba a la “gente decente”: descendientes de españoles o con linaje peninsular. Un acta del Cabildo cordobés exigía “legitimidad y limpieza de sangre con la partida de fe de bautismo e información de un juez de lugar de su nacimiento”. (El martes pasado, un carrero –reciclador urbano– declaró que acompañaba la marcha porque así sus hijos estudiantes no repetirían una “vida de pobre”).

Las dos materias en el Colegio Máximo eran Artes, que reunía temas filosóficos, y Teología. (Hoy son 91 las carreras disponibles).

Los primeros títulos se otorgaron con autorización real y aprobación del papa de entonces. Quizá en aquella época también se discutía sobre el financiamiento económico, pero me queda claro que estas decisiones no se tomaban a la ligera. ¿Captan lo que intento decirles?

La Universidad de Córdoba pasó por varias etapas: la “jesuítica”, la “franciscana” y, finalmente, la “secular”, conducida por el deán Gregorio Funes. Fue él con su equipo (y mucho coraje) quien incorporó materias novedosas para la época. Pero no todo saldría como pensaban.

El país estaba dividido por feroces peleas y desacuerdos internos que postergaban decisiones importantes. Entonces, y bajo la influencia de ideas conservadoras, el funcionamiento de la Universidad y de la educación en general transitó por un largo período de decadencia.

Se darán cuenta, queridos representantes, que con diferentes matices ocurría algo muy parecido, si no igual, a lo que vivimos hoy.

Recién al final del siglo XIX llegó la verdadera modernización del sistema universitario. Se extendió el ingreso estudiantil y se incorporaron contenidos actualizados –como el recién escrito Derecho Civil argentino– y varias carreras “modernas” (Agrimensura, Ingeniería, Arquitectura, Ciencias Médicas y Humanidades).

¡Y en 1884 egresó la primera mujer universitaria! (En 2024, de un total de 51 mil preinscriptos, 33 mil eran mujeres).

Lo que me produjo mucha emoción –tal vez a ustedes también– fue leer sobre la vida de los protagonistas de la Reforma del 18. ¡Eso sí era valentía!

Pero no los quiero cansar con tanto relato. La historia es importante, pero ahora me preocupa la mía, que está en sus manos.

Cuando voten, piensen en mis posibilidades de crecer; en mis ganas de entrar a “la nacional”, por ejemplo.

A la que, con todas las instituciones universitarias, tristes funcionarios intentan asfixiar con patéticas excusas monetarias.

Abrazo grande para ustedes (pueden responder a @adolescenteilusionado).

* Médico

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