Simona Pilo habla rápido y enumera anécdotas, una detrás de otra, que se acumulan en la bitácora de una vida de película. Podría decirse, sin temor a la equivocación, que ella encarna la prepotencia del trabajo, la avidez descubridora, la insaciable búsqueda de ese motor interno que impulsa la acción. Simona mezcla en sus palabras el italiano con el acento argentino sin perder nunca la fluidez. Ha vivido mucho. Y se nota. De arquitecta a dueña de un balneario en Chiavari, de tener una posada en el Morro de Sao Paulo, en Bahía, a crear uno de los emblemas de Puerto Iguazú: el hotel boutique y restaurante, De La Fonte.
“No puedo quedarme quieta, pero es una enfermedad, no es bueno”, dice, medio en broma, medio en serio. El viaje de Simona comenzó en 2006, cuando decidió vender su parte del balneario italiano. Ella lo recuerda con absoluta nitidez. Era plena temporada, la gente abarrotaba el lugar, todo funcionaba y fluía, pero en su cabeza brotó una nueva sensación. “Me acuerdo que crucé los brazos y dije ‘ya está, ya cumplí, necesito dar otra vuelta, ir a buscar otra experiencia’”, cuenta.
Cíclica como la vida, se fue en búsqueda de un cambio “para mejorar” porque, dice, “los cambios estimulan”. Sin embargo, Simona no veía en Italia ningún futuro posible. Agarró sus bártulos y enfiló hacia Brasil. Antes de establecerse, compró un auto y junto a su amigo argentino, Ramón, emprendió un viaje por diversos lugares de la costa brasileña y por Uruguay. Decidió entonces alquilar una posada con restaurante en el Morro de Sao Paulo. “Pero cuando bajó la temporada, no había nadie”, recuerda.
Supo entonces que su estadía en Brasil ya tenía fecha de culminación. “No encontraba la ecuación entre inversión y ganancia, pero tampoco había logrado encajar en la sociedad, así que la decisión de moverme ya estaba bastante tomada”, agrega. Ramón le propuso entonces ir hacia Puerto Iguazú, en la provincia de Misiones, un destino que habían tocado brevemente durante el viaje iniciático por Sudamérica. A Simona le entusiasmó la idea: “Me pareció muy acogedor, la gente es muy amable”.
El proyecto boutique y el arribo de Matteo
Así fue como en febrero de 2007, Simona entró a Puerto Iguazú con la idea firme de establecerse y echar raíces, pero sin la más mínima idea de qué haría para sostenerse económicamente. “Mucho menos sabía que iba a tener un hotel y restaurante”, comenta. Lo primero que hizo fue comprar una casa particular para reformarla y así despuntar sus dotes de arquitecta.
Un día, Simona estaba deambulando por el patio de su nueva casa cuando una vecina se asomó por la medianera y le tiró una idea: “¿Por qué no hacés un boutique hotel?”. “¡Pero yo no tenía ni idea de qué se trataba, así que lo busqué en internet!”, dice entre risas. Con el impulso de la idea en marcha, se puso a remodelar la casa y, al poco tiempo, De la Fonte abrió por primera vez sus puertas ofreciendo cinco habitaciones. “En los primeros meses que estuve en Argentina pasaron un montón de cosas. Por ejemplo, Matteo”, introduce.
La historia de Matteo Lagostena y Simona es una verdadera historia de amor. Se habían conocido un año antes, en Italia, pero había sido apenas un “touch, una pequeña aventura”. “Pero entonces se vino a la Argentina para visitarme, vino como amigo, pero ahí nació el amor, él me habló de casamiento e hijos… era la promesa de un chef italiano que tienen una fama…”, añade.
Matteo se volvió a Italia, pero dejó una promesa: “Me voy, vendo todo y vuelvo”. Él tenía un restaurante y otros proyectos, incluso apuntaba a una estrella Michelin. Simona confió. “En esa época no había WhatsApp, así que nos hablábamos poco y nada porque además era carísimo, una fortuna”, cuenta. “Un día volvió y… bueno, ahí empezó todo. Al poco tiempo quedé embarazada de Petra Irupé”, agrega.
Matteo se sumó al proyecto de Simona y, de a poco, la propuesta gastronómica empezó a crecer. Primero, cocinaban sólo para los clientes. Luego, comenzaron a hacer recepciones hasta que el boca a boca se hizo imparable. Todo el tiempo llegaba gente preguntando cuándo iban a poder probar la “cocina alucinante” de Matteo. Decidieron tomar algunas reservas esporádicas, pero al final, el restaurante se impuso.
No era para menos. Matteo logró consolidar una cocina realmente innovadora para la zona. A su “viaje gastronómico” llegaron frutas tropicales, pescados de agua dulce (surubí y salmón), carne, sazones orientales (jengibre, wasabi). Y en sus platos podía aparecer un salame de surubí, un helado de parmesano, un caviar de limón, un aceite esencial de eucaliptus, cubitos de clorofila, y así.
“Cuando Matteo vino y me dijo ‘abrimos al público’, a mí me dio un escalofrío porque sabía en qué nos íbamos a meter: no íbamos a tener más vida”, recuerda Simona. Al final, se armó un combo muy interesante del que hablaba todo el mundo. El proyecto no paró de crecer, siempre más y más gente. Llovieron las propuestas para abrir otros restaurantes en el país, pero Matteo -producto del estrés- empezó a sentirse mal. Le dolía mucho la columna y sufría mareos. “Tenía cáncer, fueron siete años de lucha, pero yo tomé el desafío de seguir adelante. Me encargué de todo”, cuenta.
A la enfermedad de Matteo se le sumó la pandemia. Simona revela que quedaron en cero, hasta que pudieron volver a abrir, en septiembre del 2020. Con tiempo de sobra, encaró reformas en el hotel con sus propias manos: llegó a romper todo el piso. Hoy recuerda con mucho amor el primer evento que pudieron celebrar: una fiesta para 100 personas destinada a vecinos de Puerto Iguazú. “Arrancó algo muy lindo, una especie de economía circular. Como no había nada para hacer, la gente venía. Por eso estoy eternamente agradecida con la gente de Iguazú, que se portó muy bien con nosotros, nos dieron un soporte increíble”, dice.
Siempre para adelante
Después llegó el boom post pandemia y, como colación, nuevas propuestas gastronómicas. “Un amigo quería montar un negocio de sushi en Iguazú y le propuse que lo armara dentro de nuestro local. Eso abrió una nueva veta, abrimos una hamburguesería, una pizzería a horno a leña y se creó un patio de comidas”, revela. “En verano, shows en vivo, mientras el hotel siempre estaba lleno. Fue una bomba y un gran desafío, creo que provino de que me había quedado en cero, entonces se agudizó la creatividad”, agrega.
Simona sabe que su prepotencia de trabajo tiene un costado difícil. “Me tengo que obligar a no hacer nada porque tenemos que atravesar el duelo de la pérdida de Matteo”, explica. Por eso, en los últimos meses, cuando surgió la posibilidad de alquilar el negocio completo -sin desvirtuar su historia ni su identidad-, no lo dudó: “Nunca se me había cruzado por la mente alquilarlo, pero las cosas se fueron dando”.
Sin embargo, Simona no se va de Puerto Iguazú. Encontró su lugar en el mundo. Desde allí, donde se está construyendo su casa “después de haber construido tantas para otras personas”, maneja tres negocios gastronómicos en Paraguay, como asociada, y también supervisa que todo marche de acuerdo a lo establecido con su propio proyecto, donde sigue ofreciendo asesoramiento para eventos. “Me cayó la ficha de la cantidad de trabajo que estaba absorbiendo. Ahora puedo delegar y puedo vivir decorosamente, yendo más despacio”, cierra.